miércoles, 23 de septiembre de 2015

Pre-depresión contextual (1)

Era un día soleado, soleado y bastante caluroso. Rodrigo paseaba a su peludo amiguito, un pequeño poodle llamado Paquidermo, caminaba despacio mirándole el trasero a una señora de una edad un poco avanzada pero bastante bien cuidada. Por su mente pasaba una flamante tarde de sexo, salvaje, pero entendía que a sus 16 años tenía pocas posibilidades y su minúsculo pene no le sería de gran ayuda. El pene de un hombre es importante en relación a su autoestima y Rodrigo tenía un severo problema de autoestima. Cuando volvió a la realidad estaba frente al jardín de la casa de aquella señora, y ella lo observaba desde el interior de su casa con la firme convicción de que se trataba de un vándalo, sin embargo tal idea se le fue de la mente en cuanto se fijó en el pequeñín de nombre Paquidermo que olía un chicle y movía la cola animosamente.

La señora, había enviudado hace un par de semanas, y más que la pérdida, sufría por el engaño, pues, mantenía una relación paralela a su matrimonio, y si las cosas no fueran tan complicadas con las relaciones, y más complicadas aún, cuando el amor se transforma en un centro y todas las experiencias que coexistan a esto se transforman en fantasmas, su esposo estaría vivo, aunque solo y con el corazón destrozado, pero la vida siempre es esperanza, y la muerte..., la muerte es un misterio que a todos nos atañe, pero sin un pedazo de vida que lo resuelva... o quizás sí, pero aquella señora, que por cierto, Rebecca se llamaba, estaba carcomida por la culpa y una conciencia suicida estaba acabando con su lucidez.
Ella no había cometido homicidio, ni siquiera lo había pensado, cuando ocurrió la desgracia, solo pensaba en ese par de ojos oscuros que tenían fija la mirada en sus grandes senos moviéndose encima de él, pensaba en esas grandes manos que apretaban su cintura, y pensaba en el amor; 14 años siendo fiel a una persona que no hacía más que encerrarse en su oficina durante semanas para escribir estupideces que nadie leía, ya no sentía amor por su marido, era una responsabilidad y cierto desprecio por arrebatarle un pedazo de su vida.
Sin embargo su marido pensaba que eran felices, habían sido los mejores 14 años de su vida, su pasión era escribir, era un pésimo escritor, pero era lo que  hacía. Sin embargo la mejor decisión y lo mejor de su vida era su esposa: una mujer alta, grandes senos, cabello largo y oscuro, su piel era tan blanca como las hojas donde el escribía, y sus ojos, un par de cielos, donde el podía refugiarse después de tanto, porque sabía que era mal escritor, sabía que era un amigo despreciable, y un pésimo amante, pero estaba enamorado, un torpe y egoísta enamorado de su esposa, o de lo que el quería que fuera su esposa.
Cuando volvió de una mala jornada con malas noticias, pues sus escritos habían sido rechazados por una editorial que le habían recomendado, entró a la casa con una pésima sensación, estaba triste, pues eran 17 poemas y una historia de amor, todos dedicados para una bellisima mujer de nombre Rebecca y los habían rechazado. Se sacó el sombrero, se acomodó en el sillón, respiró hondo y escuchó unos agitados gemidos desde su habitación, con un nudo en la garganta se apresuró a esta, botó aire, abrió la puerta... y la cerró, caminó rápido hacia la puerta para salir de la casa, cogió la carpeta donde llevaba sus escritos, salió de casa, se secó una lágrima y un auto acarició sus últimos pesares, luego de empujarlo, pasó por encima de él y no detuvo su marcha, seguido de este un par de patrullas se estacionaron a su alrededor, él solo miraba al cielo, pensando en un par de ojos tan celestes.