martes, 30 de junio de 2015

El amor es pasajero I

No quería ir, quería seguir acostado, cálido, bajo la protección de sus frazadas que lo abrazaban sin intención de soltarlo. Sobre el suave y confortable colchón que componía su cama y que de anécdotas rebosaba. Dieron las 9:27 de la mañana, a tan solo 3 minutos de que la alarma de su celular se activará y de paso lo empujará al mundano abismo de su rutinaria existencia y... sonó. Un manto gris se apoderó de sus sueños, y a pesar de que había estado despierto largo rato antes de que sonara la alarma, era ese sonido el que indicaba un antes y un después respecto a lo que era y a lo que pretendía ser.

De súbito se recompuso, fue deprimente ver el desastre en su ropero y separó lo que pensaba no haber usado últimamente, encendió el agua caliente y se miró al espejo: despeinado, ojeroso y algo triste. Tenía mal aliento, de cierta forma se reconoció como un completo extraño, alejado de sus sueños e intenciones, algo que cuando era más pequeño evitaba con desdén. Entró en la ducha y de nuevo la calidez invadía su cuerpo, pensé en todo lo que amaba y como lo debía amar. Decidió actuar diferente, un poco más amable y no el típico payaso refugiado en esas sonrisas cínicas. Estaba entusiasmado, algo sorprendido por esta nueva actitud y fingió darse cuenta que se trataba de eso, aunque en realidad siempre lo supo.

Eran ya las 10:35 de la mañana cuando se dio de bruces con la realidad, nunca antes había llegado tarde y hoy no era un buen día para hacerlo. Con mucha prisa se puso la ropa que había elegido, pantalones negros, zapatillas rojas y un polerón de tono rojizo aunque desteñido. Se lavó los dientes, no, en realidad solo los cepilló y enjuagó su boca, roció por sobre su polerón un perfume barato y se dispuso a ser puntual como siempre. Sin embargo el viaje hasta su universidad demoraba aproximadamente treinta minutos, y solo disponía de diez. A pesar de ello, él estaba feliz y sonreía.


Esperó la locomoción colectiva mientras escuchaba alguna canción de esas que nadie escucha y se percató de la interacción sexual entre dos perros, algo gracioso por cierto y pensó en el amor.

miércoles, 17 de junio de 2015

En metro bajo efectos

Tomé aire y besé aquel papel, aspiré fuerte fuerte mientras observaba como unas palomas jugaban sobre una fuente de agua. Luego miré al Nacho, por dentro sentí una infinita calma por un momento fui feliz, sin embargo miles de recuerdos se agazaparon sobre mi y las palomas que antes jugaban me miraban y culpaban, dispuestas a ejecutarme. Nuevamente el insidioso objeto regresaba a mi poder, sentí ansias, quería esa calma nuevamente y luego de tomar aire, aspiré fuertemente quemándome los dedos, me quejé por eso, como odio eso.

Estaba ahí parado a punto de pasar mi pase por el validador para regresar a mi casa y hacer todo lo que tuve que haber echo y que sin embargo no hice. Pasé, bajé por las escaleras y caminé hasta antes de la linea amarilla, un tren estaba por el otro andén y me detuve largo rato a observar sus ruedas, me llamaban, me incitaban a entregarles mis últimos segundos, y eran bastante convincentes. Estuve un buen rato así, divagando en eso que veían mis ojos y que no era nada más que la oportunidad de acabar con todo. La vida era un vacío existencial, una molécula a punto de hacer big bang, pensé en los efectos secundarios que traería mi suicidio, ensuciar el maldito lugar con mi sangre y arrasar cualquier panorama, compromiso u obligación de quien use el metro, y pensé también en escribirlo, contarle al mundo lo triste que era todo y lo aburrido que se había vuelto, de alguna forma la vida tenía menos peso que la muerte, pero luché.

Sentí el metro a lo lejos y era un todo o nada, escogí la nada, una nada que en potencia era todo, un universo vacío que podía llenarse y a pesar que hacía frío, que tenía mil obligaciones que cumplir y que solo quería dormir, escogí esta suerte de vida como excusa para escribir algo. El metro se detuvo y la humanidad permitió bajar antes de subir, lo mío era inercia y fue inercia hasta que descubrí un par de ojos que no se detuvieron en los míos, pero que me atropellaron y se fueron lejos. Pensé en hablarle, en decirle mil cosas, y pensé en cada una de las mil cosas que pensaba decirle pero ya había decidido quedarme ahí, inerte, solo mirándola.

Tenía que bajarme y deseé que ella también, pero no se bajó, el metro siguió su recorrido y se llevó la primavera, algunos sueños y en sus ojos mi mirada, aunque la olvidé mientras subía las escaleras tratando de parecer normal.